Capítulo 6: La Liberación de La Familia

Gary North

Narrated By: Fernando Sanchez
Book: La Liberación Del Planeta Tierra
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Chapter Text

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da (Ex. 20:12).

La familia es una institución basada en su pacto. Los votos del matrimonio bajo Dios implica hacer juramentos de maldición propia: un esposo y una esposa se juran fidelidad el uno al otro, con la amenaza de la pena de muerte si cometen adulterio. (Lev. 20:10). Así dicen en ceremonias cristianas, “hasta que la muerte nos separe.”

El pacto de la familia está estructurado de la misma forma que la estructura del pacto de Dios. Comienza con transcendencia e inminencia (presencia). La transcendencia y presencia de Dios se ven en la posición representativa del padre como agente legal de Dios en la familia.

Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo (Eph. 5:22-24).

Existe una jerarquía en la familia; los esposos sobre las esposas; los padres sobre los hijos (Eph. 6:1-3).

Existe una ley en la familia: los padres bajo Dios enseñan a los hijos diariamente la ley de Dios (Deut. 6:6-7).

Existe un juicio en la familia: a los padres se les requiere que impongan los castigos, hasta el dolor corporal si es necesario, para entrenar a los hijos a crecer en la santidad.

Finalmente, hay una herencia. Los hijos, si son obedientes a los padres y mayordomos confiables, deberían beneficiarse de los esfuerzos de los padres. El capital de la familia cristiana debería aumentar a través de las generaciones.

En resumen, hay una versión familiar de la estructura general del pacto bosquejada en el Capítulo 4.

De igual manera, hay una imitación satánica. El estado, como la forma más superior del poder humano visible, ha comenzado a reemplazar a la familia en todas estas cinco áreas. El estado en naciones marxistas, hace que los hijos le den información sobre los padres, haciéndolos representantes del nuevo dios.

El estado impone una jerarquía sobre las familias. El padre obedece al estado.

El estado establece su ley y enseña a los hijos en escuelas obligatorias.

El estado toma de los padres el derecho de castigar a los hijos y lo transfiere a agentes especializados del estado.

Finalmente, los impuestos estatales quitan la herencia de las familias. Quita el capital de las familias cristianas, con lo cual se hace mucho más difícil para los cristianos construir una base creciente de capital para el dominio sobre las generaciones venideras.

Vemos la antigua guerra entre Cristo y Satanás en la guerra moderna sobre quién posee a la familia. (Véase el libro de Ray Sutton en la serie de Prototipos Bíblicos, ¿Quién posee la Familia? ¿Dios o el Estado?

Larga Vida

Pablo nos dice que el quinto mandamiento es el primer mandamiento con una promesa ligada (Eph. 6:3). ¿Qué quiere decir, “que sus días sean alargados en la tierra los que el Señor tú Dios te da”? Es una promesa dada a la nación. Es una promesa colectiva, más que una promesa individual.

Dios no promete que cada niño que honra a sus padres disfrutará de una vida larga, tampoco nos asegura que cada niño que los deshonra morirá joven. Esaú estuvo en contra de los deseos de sus padres cuando tomó para si mujeres cananeas (Gen. 26:34-35), pero aún así vivió por lo menos 120 años, porque él y Jacob enterraron a Isaac, que había muerto a la edad de 180 años (Gen. 35:29), y ellos habían nacido cuando Isaac tenía 60 años de edad (Gen. 25:26). José estuvo vivo en este tiempo, y la Biblia habla de José como el hijo de la vejez de Jacob (Gen. 37:3). En el caso de Esaú, un niño que cometió deshonras, vivió hasta muy viejo- Abel, que honró a Dios, y que honró presumiblemente a sus padres como representantes de Dios, fue asesinado por su hermano, quien en cambio sobrevivió para establecer una civilización pagana (Gen 4).

Lo que Dios promete es que una sociedad en la cual la mayoría de los hombres honran a sus padres serán caracterizados por la expectativa de una vida larga para sus miembros. Esta duración de vida más larga será estadísticamente significativa. La sociedad disfrutará, por ejemplo, primas de seguros de vida más bajas en cada edad en comparación con las primas en las culturas que son caracterizadas por la rebelión contra los padres. En otras palabras, el riesgo de muerte en cualquier año será más bajo, estadísticamente para el miembro de esa edad.

Algunos se morirán, por supuesto, pero no tantos como los que mueren de la misma edad en una cultura que deshonra a los padres.

La Larga Vida y el Dominio

La promesa es significativa, ofrece larga vida. La primera promesa que se relaciona con un mandamiento es la larga vida. Esto es indicativo del deseo de los hombres de sobrevivir hasta la vejez. Los hombres quieren vivir. Es un deseo universal, aunque se estropee o se distorsione por los efectos del pecado. Todos los que odian a Dios aman la muerte (Prov. 8:36). No obstante, una expresión uniforme de honor en el antiguo Lejano Oriente, especialmente en civilizaciones paganas, fue reservada para el rey: “O, que viva el Rey para siempre” (Dan. 2:4; 5:10; 6:21). Cuando Dios ligó esta bendición particulara este mandamiento, El podía estar seguro que sería atractiva a los ojos del hombre. La vida es una bendición para los fieles, y aún los infieles la desean. No es una carga que se debe aguantar pacientemente por los “peregrinos” determinados que “pasan por la vida” estoicamente. La vida no es únicamente algo para pasar el tiempo. Es una bendición positiva.

Sabemos que la promesa a Abraham era de que él tendría muchos hijos, es decir que tendría muchos herederos a través del tiempo (Gen 17:4-6). Sabemos que una familia grande es una bendición (Ps. 127:3-5). Sabemos que una de las bendiciones prometidas a los santos es que los abortos se reducirán en una nación que se esfuerza por ajustarse a la ley de Dios (Ex. 23:26). La implicación demográfica de la perspectiva bíblica debe ser obvia: una población creciente y grande. Cuando la santidad aumenta simultáneamente, tanto los nacimientos como la proporción de supervivencia la sociedad santa experimentará una explosión demográfica. Lo que Dios establece en su palabra es bastante sencillo, aunque tanto los cristianos como los paganos hayan rehusado creerlo al final de este siglo: una señal de Su placer con Su pueblo es una explosión demográfica.

Una explosión demográfica no es una garantía de Su placer. Las sociedades sin Dios pueden experimentar temporalmente una explosión demo gráfica, especialmente cuando han llegado a ser los recipientes de las bendiciones de la ley de Dios (por la tecnología médica de Occidente, por ejemplo) aparte de los fundamentos éticos que sostienen estas bendiciones. No obstante, el crecimiento demográfico constante a través de muchas generaciones es una de las bendiciones externas de Dios. Estas bendiciones no se pueden sostener a largo plazo aparte de la obediencia a por lo menos los requisitos externos, institucionales y civiles de la ley de Dios.

La larga vida es un anticipo biológico de la vida eterna. Es un “desembolso inicial” terrenal (señal) de Dios. Apunta hacia la vida eterna. Es también una partida de activo que habilita a los hombres a trabajar más tiempo en su tarea asignada de dominar de su porción de la tierra para la gloria de Dios.

La larga vida es una parte integral del pacto de dominio.

Puesto que el cumplimiento del pacto de dominio implica llenar la tierra, se entiende entonces por qué una larga vida es tan importante. Es un factor crítico en la expansión de la población que es necesario para cumplir las condiciones de ese pacto, el otro es el alto porcentaje de natalidad. Dios ha señalado claramente la importancia de la familia en el cumplimiento de las condiciones del pacto de dominio. Los padres reciben la bendición de los hijos (el alto porcentaje de natalidad), y los hijos se aseguran de una larga vida al honrar a sus padres. O, para ponerlo aún más simple, un hombre gana la bendición de una larga vida, inclusive la habilidad de producir una familia grande, al honrar a sus padres. La manera en que la gente de una cultura define y practica sus obligaciones de la familia determinarán su habilidad de acercarse al cumplimiento terrenal del pacto de dominio. Sin una adherencia a esto, el quinto mandamiento, ninguna sociedad puede esperar recibir y mantener el capital necesario para cumplir las condiciones del pacto de dominio, especialmente el capital humano que implica una explosión demográfica.

La Soberanía Paternal

Los padres poseen la soberanía derivada, limitada, pero completamente legítima, sobre sus hijos durante los años formativos de las vidas de sus hijos. Cuando los hijos alcanzan la edad de obligación civil, una señal de su madurez es su buena voluntad en establecer sus propias familias (Gen. 2:24).

La obligación, por lo tanto, cambia constantemente según pasa el tiempo. Eventualmente, los padres ancianos les transfieren a sus hijos la obligación económica y otras tareas, entre otras, de cuidar de ellos cuando ellos no sean capaces de cuidarse a sí mismos. El hombre en sus años de producción más eficaces puede tener obligaciones financieras de dos maneras: a sus padres y a sus hijos. La obligación máxima llega en una edad cuando, por causa de los patrones biológicos y económicos, un hombre alcanza su fuerza máxima. Este cambio de obligación es imprescindible, dada la mortalidad de la humanidad. La Biblia estipula los principios para la transferencia apropiada de la obligación familiar en el tiempo.

El requisito de los hombres de honrar a sus padres preserva la continuidad de la familia en el pacto, y por lo tanto preserva la continuidad de la obligación. La unidad de la familia totalmente atomística es probablemente imposible; donde exista, la cultura que la ha creado se desplomará. Las obligaciones mutuas unen a las unidades familiares. Los padres tienen una obligación de acumular riqueza para sus hijos: “… pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos” (2 Cor. 12:14). Los padres no deben malgastar la herencia de sus hijos.

La Doble Porción

Se debe reconocer también que cada uno de los hijos tiene un derecho a reclamar su parte del patrimonio, a menos que sean desheredados por causa de su rebelión contra sus padres o su inmoralidad personal. El hijo mayor tiene derecho a una porción doble de la propiedad (Deut. 21:15-17). ¿Por qué hereda el hijo mayor esta porción doble? Una explicación razonable es que él es la persona con la obligación principal de cuidar a sus padres.

El sistema inglés de la primogenitura en que el hijo mayor heredaba todos los bienes estaba claramente en contra de la Biblia, y la caída de ese sistema en el siglo diecinueve fue un paso hacia adelante. Tal sistema pone demasiada obligación en el hijo mayor, y deja a los otros hijos privados de capital, pero también sicológicamente libres de las obligaciones económicas hacia los padres. Este priva a la mayoría de los hijos de las obligaciones mutuas de la familia basada en el pacto.

Las obligaciones económicas deben fluir en ambas direcciones: hacia los hijos en los primeros años, y hacia los padres en los años postreros, y hacia los hijos otra vez después de la muerte de los padres, cuando el capital de la familia es heredado por los sobrevivientes. En resumen, los hijos heredan, pero primero deben proveer para los padres.

La Continuidad del Capital

El orden bíblico de la ley es una unidad. Las bendiciones y obligaciones están relacionadas. Sin la coherencia de toda la ley bíblica, las bendiciones pueden convertirse en maldiciones. Tenemos un buen ejemplo de esto en este mandamiento. Supón gase que un hijo honra a sus padres durante toda su vida. Recibe la bendición de una larga vida. Al mismo tiempo, no tiene cuidado de enseñar a sus propios hijos los requisitos de este mandamiento.

Derrocha sus bienes y descuida la educación espiritual de sus hijos. El no tiene nada para vivir en su vejez. Su fortuna se ha ido, y sus propios hijos lo saben. La rotura en la familia entre las generaciones ahora lo amenaza a él. Los hijos saben que él los ha abandonado al malgastar la propiedad de la familia, y por eso ellos lo entregan a la pobreza en su vejez, cuando necesita más su ayuda. La bendición de una larga vida se convierte entonces en una maldición para él. Se pudre lentamente en una pobreza terrible.

Si el capital por naturaleza es de la familia, es menos probable que se lo despilfarré. En un verdadero orden social que obedece a Dios, la progresión de la riqueza familiar desde la pobreza a la riqueza y otra vez a la pobreza a través de tres generaciones, del abuelo a los nietos, no debería llegar a ser típico, a pesar del hecho de que la posibilidad legal de esta progresión “de pobreza a riqueza a pobreza” es básica para la conservación de una sociedad libre. El ejemplo de un hombre que se levanta de la pobreza, sólo para ver a sus hijos disipar su fortuna, dejando a sus nietos indigentes, no es normal en un orden social cristiano. Los santos no guardan su herencia para los injustos. Lo opuesto sí es verdad (Prov. 13:22). A la larga la riqueza fluye hacia los ciudadanos productivos, que atienden a sus necesidades y que ejercitan el dominio conforme a la ley bíblica. Por lo tanto, estas obligaciones dobles, de padres a hijos y de hijos a padres, son un aspecto importante de la tendencia bíblica hacia la expansión económica a través de muchas generaciones.

Los padres tienen incentivos económicos para ampliar la base principal de la familia, y tienen también un incentivo para entrenar a los hijos para que no despilfarren el capital de la familia. Se promueve la continuidad del capital, bajo la ley de Dios, y por las leyes de herencia y honor. Esta conservación del capital es crucial para la expansión económica a largo plazo.

Para preservar el capital de la familia a través del tiempo, los padres santos tienen que enseñar a sus hijos para seguir los principios éticos de la Biblia. La base bíbica para la expansión a largo plazo del capital de la familia es la ética: carácter y competencia. Pero esta base ética para el crecimiento a largo plazo del capital familiar no es aceptable en culturas anti-bíblicas. Ellos quieren los frutos de la cultura cristiana sin las raíces. Es así que encontramos que los gobiernos civiles a menudo realizan pasos para preservar las fortunas ya existentes de unas pocas familias a costa de otras familias productivas que están listas y dispuestas a hacer su contribución económica al proceso productivo. Un fenómeno que se supone sea el producto de la ética y la educación —la expansión del capital de la familia a través de muchas generaciones —es producido temporáneamente por el uso del poder del estado. Esta sustitución del poder por la ética es típica de las religiones de satanás —no es poder como consecuencia de la ética bíblica (“el bien eventualmente produce el poder”), sino que el poder es como una opción a la ética bíblica (“el poder hace el bien”).

Crecimiento Económico Compuesto

La importancia del capital se puede ver en cualquier ejemplo del interés compuesto. Permítame decir, desde el principio, que no podemos esperar ver este fenómeno del interés compuesto continuar sin interrupción para siempre en la familia. Tampoco podemos esperar ver porcentajes de crecimiento sobre el 1% en cada siglo. Como a mi me gusta indicar, los 4 mil millones de habitantes de la tierra en 1980 se multiplicarán hasta más de 83 trillones en mil años, si el porcentaje de crecimiento demográfico fuera de 1% al año. Pero la verdad es, que mientras más tiempo el fenómeno de crecimiento compuesto continúe, menor tiene que ser el aumento anual de porcentaje para producir resulta dos espectaculares.

Supongamos que tratamos con una unidad monetaria dada. La podemos llamar un “talento”. Un joven recién casado comienza con 100 talentos. Digamos que él multiplica esta base de capital por el 2% al año. Al final de 50 años, la pareja tendrá 269 talentos. Supongamos que la familia, y las familias de sus hijos, lo multiplican al 1% al año, en el promedio, a través de cada vida subsiguiente de la familia. Después de 250 años, si la tasa de crecimiento de las personas y el capital persisten, la base total del capital del capital de la familia llegaría hasta 14,126 talentos. Dividido entre 24 herederos, cada esposo o esposa entonces tendría 589 talentos. Esto es casi un aumento de 6 veces por unidad familiar, lo que es impresionante. Nosotros ahora tenemos 24 unidades familiares, aún si suponiendo que cada heredero se ha casado con alguien que no ha traído capital al matrimonio, son casi seis veces más que la riqueza con que la familia original empezó.

¿Y si la base de capital aumenta un 3%? Al final de 50 años la pareja original tendría 438 talentos, un aumento de más de 4 veces. Esto es bastante impresionante. Pero al final de 250 años, la familia poseería 161,922 talentos, un aumento de más de 1,600 veces. Aún dividido entre 24 familias, la base de capital de cada familia sería 6,747 talentos, o casi

68 veces más.

Considere Ud. las consecuencias de estas figuras. Un hombre orientado hacia el futuro —un hombre como Abraham —podría esperar con ansia que sus herederos posean una cantidad de riqueza vastamente mayor que la que jamás él podría esperar alcanzar personalmente. Pero este es el tipo de visión que Dios le ofrece a su pueblo, igual que la que le ofreció a Abraham: los herederos hasta la segunda o tercera generación serán numerosos y ricos. Dios le ofrece al hombre la esperanza que la riqueza se incremente sustancialmente durante su propia vida, como resultado de su fidelidad al pacto, al trabajo dedicado, y a la frugalidad.

Dios también le ofrece a la sociedad basada en el pacto, grandes aumentos en la riqueza de cada familia, si la familia cumple las condiciones del pacto. La comunidad basada en el pacto aumenta su control de capital, generación tras generación, amontonando cantidades de capital más y más grandes, hasta que el crecimiento llegue a ser exponencial, es decir, astronómico, que quiere decir imposible. El crecimiento compuesto, por lo tanto apunta al cumplimiento del pacto de dominio, el dominio sobre la tierra. Señala el final del tiempo maldito.

(Quizá sea apropiado en este momento clarificar lo que quiero decir cuando hablo de una sociedad basada en el pacto que amontona números inmensos de unidades monetarias que se llaman talentos. Si hablamos de una sociedad entera y no únicamente de una sola familia, entonces para todos los que amontonan 6,747 talentos por familia en 250 años, tendría que haber inflación masiva e imprimirse billones de “notas de talentos.” No hablo de hojas materiales de papel llamados talentos, hablo de bienes y servicios con valor. Los 100 talentos de cada familia, multiplicado por todas las familias en la sociedad, no se les permitirían aumentar; los “precios caerían en respuesta a la producción aumentada del 3% por años. Eventualmente, si la sociedad entera experimenta el crecimiento económico del 3% por año, dada una cantidad fija de dinero, los precios comenzarían a acercarse a cero.

Pero los precios de un mundo maldito nunca alcanzarán cero; habrá siempre la escasez económica [Gen. 3:17-19]. En realidad, la escasez se define como un universo en que la demanda total es más que la producción a un precio de cero. Entonces la suposición del crecimiento permanente económico compuesto es incorrecta. O el proceso de crecimiento se detiene en conjunto, o el tiempo se acabará.)

Un hombre que dirige su visión hacia el dominio, en el tiempo y en la tierra, tiene que considerar los años más allá de su vida. No puede esperar ampliar su base de capital familiar en su propia vida para lograr la conquista. (Sí, unos pocos hombres logran esto, pero no muchos; hablamos del dominio de la comunidad cristiana, no del dominio de unas pocas familias.) Si él mira dos siglos o más hacia el futuro, llega a ser una tarea concebible.

Si la perspectiva de tiempo del hombre es limitada a su propia vida, entonces él debe olvidarse de la idea de dominio de la familia, o más tiene que adoptar la mentalidad de un apostador. Tiene que “jugarse el todo por el todo.” Tiene que sacrificar todo para la expansión del capital, y arriesgar todo lo que tiene, además de muchas cantidades de dinero prestadas, utilizadas en operaciones arriesgadas de alta ganancia pero no comprobadas. Tiene que abandonar todo lo convencional, porque un inversionista sólo saca ganancias convencionales (la tasa de interés predominante) en operaciones convencionales. El mundo del hombre se convierte en una serie interminable de decisiones de todo o nada.

El Cargo de Administrador: ¿Cuál Familia?

La continuidad del capital se amenaza obviamente por la ascensión del estado familiar. Se establece a sí mismo como el administrador para todos los hombres, desde la matriz hasta la tumba. Por lo tanto, cree tener el derecho del apoyo de todos los que reciben su protección. Como un padre, o mejor todavía, como un tío distante que maneja la herencia de un sobrino huérfano, el estado tiene que administrar los fondos, tomando siempre una porción grande de esos fondos como un honorario necesario por el servicio desempeñado.

A la medida que los hombres comienzan constantemente a percibir las consecuencias del estado familiar, se esfuerzan cada vez más para esconder sus bienes de los recaudadores de impuestos. Los hombres tratan de encontrar formas de pasar la riqueza a sus herederos, y el estado busca implacablemente formas de cerrar las trampas de escape. El nuevo “padre” no debe ser privado del apoyo de cada miembro de la familia. Y una vez que el capital se reúne, se lo disipa en una onda de corrupción, de mala gerencia, de salarios burocráticos, y de programas de caridad obligatorios que son políticamente motivados. Los hombres ven la erosión de su capital, y tratan de esconderlo. Ellos reconocen lo que la pseudo-familia del estado hará con la herencia de sus hijos. Aún así, por causa de la envidia, no pueden cambiar de opinión. Ellos, sus padres y sus abuelos, aceptaron las justificaciones filosóficas de “imponer contribuciones gravosas a los ricos” por medio de la urna electoral, pero ahora que la inflación de los precios ha empujado a todos al grupo de contribuyentes más alta, se aterrorizan con lo que encuentran. Esta vez se han tendido la trampa a sí mismos, pero parecen incapaces de retraerse, porque el retraerse implicaría una admisión de la inmoralidad y la ineficacia de los programas que “imponen contribuciones gravosas a los ricos” de la política democrática del siglo veinte.

Al estado moderno mesiánico le gustaría convertir a los menores en hijos permanentes. Esto es una justificación principal para la existencia del estado de hoy. Tiene que administrar la herencia en beneficio de los hijos. Pero los hijos son siervos perpetuos, cada vez más dependientes de la redistribución de la riqueza coerciva de la política. Llegan a ser un ejército creciente de dependientes. Los burócratas del estado no reconocen lo que cada padre humano tiene que reconocer finalmente a saber, que él va a llegar a ser débil, y que él tiene que alentar la independencia de parte de sus herederos si quiere asegurar la seguridad para sí mismo en su vejez. El estado, al convertir a los hombres en hijos permanentes, garantiza su propio fallecimiento, porque los hijos no pueden sostener para siempre el “estado administrador,” si en efecto el estado ha institucionalizado a los votantes.

La familia es un administrador. Al reconocer la legitimidad de las leyes de la familia, los hombres honran a Dios, aunque los no regenerados lo hagan sin saber lo que hacen, y a pesar de su teología profesada de autonomía delante de Dios. Las bendiciones externas fluyen a los que honran las leyes de Dios. Por establecer una tradición de honor para con los padres, los hijos aumentan la probabilidad de que en su vejez sus propios hijos los protejan de las cargas de la vejez. Por lo tanto, los riesgos que le presenta la vida al anciano se disminuyen. La estructura de la asistencia de la familia es recíproca y personal. La ley revelada y la tradición de la familia la apoyan. No necesita confiarse en el apoyo inseguro del sentimiento emocional —un aspecto importante de la religión humanista. El crecimiento de capital dentro de la familia aumenta la habilidad de cada generación subsiguiente para conquistar la naturaleza para la gloria de Dios, inclusive las enfermedades y vulnerabilidades de la vejez.

El Estado como Secuestrador

La pseudo-familia del estado no puede permitir este tipo de desafío a su soberanía auto proclamada. Por lo tanto el estado moderno ha reclamado la posesión de los hijos por medio del sistema de escuelas públicas que se sostiene por los impuestos.

Los hijos obviamente son una forma de capital para la familia. Se los deben educar, esto implica un costo para los padres. Pero los padres tienen un reclamo legítimo de una porción de los bienes futuros de los hijos. La relación implica los costos y los beneficios para las dos generaciones. Ningún lado necesita comprar el amor del otro, así como los hombres no necesitan comprar el amor de Dios. Cada generación da, y cada una recibe. La relación es personal y económica.

Pero hoy el estado moderno interviene. El mismo proporciona la educación de los niños.

Reclama los pagos (los impuestos) futuros de los niños cuando ellos hayan madurado. Por necesidad, tiene que tratar de comprar el amor (votos) de esos niños cuando maduren. Los niños a menudo que dan subordinados al estado como su padre, y no están dispuestos a lanzarse a su propia vida independiente, dados los costos de romper el lazo emocional

y financiero con la agencia de beneficencia pública. El estado moderno hurta los recursos de la familia en pacto, los hijos. El estado promete apoyo para los ancianos. El estado promete cuidar la salud de los ancianos. El estado provee al joven la educación licenciada por el estado y financiada por el estado.

El estado trata de reemplazar los beneficios de la familia, y tienen que requerir simultáneamente el mismo tipo de apoyo financiero de los adultos durante sus años productivos. La relación es impersonal y económica. La relación es, por ley, burocrática.

Destruyendo la Herencia

Este esfuerzo desastroso de parte del gobierno civil para reemplazar las funciones de la familia basada en el pacto finalmente destruye las relaciones mutuas productivas entre las generaciones. Destruye el lazo personal, que hace a la juventud en general, legalmente encargada de los ancianos en general. El apellido, —tan central en la vida de un orden social santo —se borra, y se sustituye con números computarizados. Los incentivos de las familias para preservar su capital, ya sea para la vejez o para las generaciones del futuro, se reducen, porque el futuro económico de cada generación ya no está atado legalmente al éxito y la prosperidad de los hijos. “Coma, beba, y alégrese, porque mañana habrá cheques del gobierno.” Pero la disipación del capital de la familia, cuando llega a ser un fenómeno en toda la cultura, destruye la productividad económica, que a su vez destruye la base imponible del estado. El estado no puede escribir los cheques prometidos, o si lo hace, la unidad monetaria baja hasta que sea inservible, al mismo tiempo que el dinero fabricado artificialmente por el estado aumenta el nivel de los precios.

Al abandonar el principio de obligación familiar, el estado moderno mesiánico despilfarra el capital de una cultura, destruye la herencia, y hace más aceptables la eutanasia (lo cual reduce los gastos de cuidar del anciano poco productivo) y el aborto (lo cual reduce los gastos de educar y cuidar al joven poco productivo). Los hombres transgresores, en sus años productivos, rehusan compartir su riqueza con padres que se mueren e hijos que molestan.

Sólo consideran los costos actuales, y descuidan los beneficios del futuro, como por ejemplo, el cuidado que el niño no nacido posiblemente les proporciona en su vejez. Tienen fe en el estado productivo y compasivo, el gran mito social del siglo veinte. Quieren los beneficios, pero ellos nunca se preguntan a sí mismos la pregunta clave: ¿Quién pagará por su jubilación? El número de hijos que está disminuyendo, que están aún más orientados al presente, aún más condicionados por el sistema educativo del estado, aún menos dispuestos a compartir su riqueza con el anciano poco productivo de su patria. Con la disipación del capital, los votantes productivos resistirán las demandas de los ancianos.

Las generaciones van a luchar la una contra la otra: la guerra de la política.

La Bancarrota Venidera

El estado de la pseudo-familia es un agente de la bancarrota económica, política y social. Todavía tiene a sus defensores intelectuales, aún dentro de la comunidad cristiana, aunque sus defensores tienen la tendencia de ser los productos de las universidades que son sostenidas por el estado, certificadas por el estado, y que engrandecen al estado. Esta pseudo familia es suicida. Destruye las bases de la productividad, y la productividad es la fuente de toda caridad voluntaria. Es una familia suicida que saldará sus deudas con moneda fabricada artificial mente por el estado. Su compasión estará limitada al papel y la tinta.

El impersonalísimo de la pseudo-familia moderna, junto con su orientación al presente —una visión no más amplia que la próxima elección —producirá un fracaso masivo universal. En realidad ya ha sucedido. El gran experimento económico del siglo veinte casi se ha terminado, y todos los textos universitarios de la economía política, de la ciencia política, y de la sociología no serán capaces de justificar el sistema una vez que se erosiona la productividad que cada estructura parasítica requiere para su propia supervivencia. Como las culturas de Canaan del día de Josué, el final está al alcance de la vista para las modernas economías mesiánicas de los estados que se ocupen de todo. Ellos han descapitalizado sus ciudadanos frenéticamente envidiosos y llenos de sentimiento de culpa.

Resumen

Vemos en la familia una guerra entre Satanás y Dios, entre las formas rivales del pacto. Es imperativo que los cristianos abandonen la religión del humanismo. Es imperativo que cumplan sus obligaciones como miembros de una comunidad de pacto. Es imperativo que se aseguren de que los ancianos, tanto como los jóvenes, no estén dependiendo en ninguna manera de los servicios de un estado que se ocupa de todo pero que se va gastando. Al llegar a ser dependiente de tal institución, uno llega a ser un esclavo. Peor que eso es llegar a ser dependiente de un amo cuyos recursos casi están agotados. Cuando los hombres y las mujeres honran a sus padres económica, espiritual, e institucionalmente, habrán comenzado el viaje doloroso pero obligatorio fuera de la esclavitud. Habrán comenzado a amontonar el capital familiar para las generaciones aún por nacer.

Debemos sacar el capital del estado. La opción es que el estado nos saque el nuestro. Si dependemos del estado para que nos apoye, nosotros fomentamos el proceso de extraer el capital de la familia. El primer paso crucial para tomar el capital del estado es dejar de pedirle favores al estado. Es crear otras instituciones bíblicas, y voluntarias que reemplacen la pseudo- compasión del estado mesiánico. Si las comunidades basadas en el pacto rehúsan aceptar este desafío, entonces verán su capital disipado por los dirigentes derrochadores del estado humanista.

En resumen:

1. Las promesas del pacto de Dios son colectivas, no siempre personales.

2. El honrar a los padres produce una vida más larga para la mayoría de la gente de una sociedad.

3. Vidas más largas pueden producir una población creciente.

4. Una población creciente es una herramienta del dominio: “Fructificad y multiplicaos.”

5. Los padres poseen una obligación dada por Dios, limitada, pero institucionalmente principal sobre sus hijos.

6. A través de los años, por causa del envejecimiento, la obligación se transmite de los padres a los hijos.

7. La obligación es por lo tanto recíproca a través del tiempo.

8. Los padres y los hijos tienen obligaciones mutuas a través del tiempo.

9. El hijo mayor recibe una doble porción: de la herencia y de la obligación para cuidar de los padres ancianos.

10. La Biblia enseña la continuidad del capital a través de las generaciones.

11. Es menos probable que el capital de la familia sea despilfarrado.

12. La riqueza fluye hacia la gente providente y productiva de una sociedad libre.

13. Los padres tienen que educar a los hijos en aptitud y carácter si el capital familiar va a ser aumentado a través de las generaciones.

14. El crecimiento económico compuesto produce grandes aumentos en la riqueza y la productividad si los aumentos aunque pequeños siguen por siglos.

15. Los cristianos deben considerar el capital como un cargo de Dios, para ser transmitida y multiplicada con el tiempo. .

16. Hoy día hay dos familias rivales: el estado y la unidad de la familia cristiana.

17. El estado aumenta cada vez más su poder e influencia (por el gasto de los impuestos) sobre asuntos una vez dirigidos por las familias y especial mente por los padres.

18. Los burócratas del estado ven a los ciudadanos como esclavos perpetuos e hijos perpetuos.

19. El estado ha llegado a ser un secuestrador.

20. El estado destruye la herencia de las familias por los impuestos y controles.

21. El estado está derrochando el capital de la nación.

22. Las insolvencias económicas, políticas, y sociales vienen cuando el estado ya no puede fingir ser Dios.

23. Los cristianos deben abandonar la religión del humanismo.

24. Tienen que abandonar su creencia en el estado como la familia verdadera.